Me sentí como una primípara otra vez, porque como cambiaron el diseño exterior de la piscina no sabía por dónde entrar, ni dónde eran los camerinos de las mujeres, ni nada. Entonces, entré a otro baño más alejado de la piscina y desfilé en vestido de baño más de lo que hubiera sido necesario. En la búsqueda de los casilleros casi termino en el camerino de los hombres, al que un extranjero -querido él- me dio la bienvenida. Alcancé a ver a Héctor Abad Faciolince sin camisa, di la vuelta y me dirigí al, tan difícil de hallar, camerino de mujeres.
No me demoré mucho en advertir que di todas las señales de ser una 'chapoteadora' de piscina de unidad residencial o de finca... y no alguien que nade con frecuencia, por salud o deporte:
1. Era la única mujer en vestido de baño de dos piezas.
2. No tenía gafas para nadar (y alguien después me preguntó: "¿Cómo eres capaz?").
3. Me tiré a la piscina en el clásico estilo del 'soldadito de plomo': un brinquito, brazos pegados al cuerpo y en posición erguida.
Entonces, ¿cómo fue la vaina? Ah sí, noté que había unos carriles, tres en el espacio específico que me tiré y éramos seis personas para repartírnoslos. Cinco que fueron a nadar de verdad y yo. Me sentí como un "buñuelo" en el nadado. Los rápidos me pasaban por el lado, me tiraban agua en la cara, cuando estaba nadando para atrás, y me ahogaban con sus brazadas; una chica se me clavó en la espalda por accidente, pero se disculpó; luego otra se quejó conmigo, porque la misma mujer de mi incidente casi le da a ella en la cara, "Y sí me hubiera dado, ahí sí se las veía conmigo", refunfuñó.
Nota uno que en todo lugar donde hay una pequeña representación de la especie humana se comienzan a evidenciar algunas formas de organización social (las élites, los que están aislados, los aprendices alegres), surgen las dificultades de convivencia, se manifiesta la búsqueda de solidaridad y también la consideración, la que sentí cuando un alma de dios me dio un consejo para el fatídico calambre: comer banano. ¡El potasio es la salvación!
Así fue pasando el tiempo. Nadé en estilo libre, de perrito, al ras del fondo, de espaldas varias veces, floté simplemente, intenté hacer la bolita o el buñuelito (ahí si me dio un poquito de pena), me clavé de forma normal, me tiré en vueltacanela y seguí charlando con la señora inconforme con la actitud de la otra pelada, la que iba por donde iba sin mayor reparo.
Debo decir que logré mi propósito: me relajé. Además, recordé lo mucho que amo flotar mientras veo el cielo, violeta y rojo en esa noche de jueves. Así, sin tiburones ni hipotermia, sería bonito morir.